Al otro lado del espejo

16.09.2019

Microcuento.


Por: Lic. Priscila Jiménez G. 

Era de noche, caminaba por la acera sola, cubierta por un ligero rebozo azul, el viento soplaba y movia su vestido. La calle se iluminaba solo por una farola parpadeante, las casas en silencio y obscuridad, la escena parecía aludir a alguna mala película de terror urbano.
Su apresurado camino se interrumpió al tropezar y lastimarse el pie derecho con un escalón que jamás vio, sobre el había una caja de madera que alcanzó a distinguir luego de revisar su raspada rodilla. Sabía que llevar sandalias no era buena idea y ahora lo comprobaba. Tomó la caja dejándose llevar por sus impulsos y la abrió.
Encontró una pequeña roca, roja, triangular, ensamblada en una dorada cadena, era bellísima y como hipnotizada la colgó en su cuello.
La cadena caía sobre sus clavículas y el rojo de la piedrecilla fosforecía sobre su piel desnuda. A partir de esa noche la llevaba a todos lados, un día, cuando caía la tarde, mientras arreglaba su cabello, comenzó a mirarse detenidamente al espejo, pero el espejo le distrajo, parecía ser agua, un impulso le animó a tocarlo; se le nubló la vista. 

Al abrir los ojos se encontraba flotando en un río de aguas cristalinas, estaba vestida con el mismo vestido blanco de aquella noche, y le rodeaban flores rojas, intento levantarse, pero el cuerpo no le respondía, y a decir verdad, prefería quedarse allí; la imagen se desvaneció, parecía haber sido una alucinación, un mal sueño, retomó su metódica revisión frente al espejo.

Su cuerpo aún estaba tibio, parecía haberse arreglado para la ocasión, un vestido blanco de gasa, el cabello recogido, adornado con una corona de flores rojas y el collar, el collar como daga le había atravesado el pecho. Lo vio todo de nuevo, como una alucinación. Grito, golpeo, pero ya no había nada por hacer. 

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